viernes, 2 de agosto de 2013

La bandera y el duque


En este país solo hay una cosa que confiera más legitimidad moral que ser el estandarte de la mayoría: ser el estandarte de los pobres. El nacionalismo andaluz lo sabe: con bastante frecuencia saca a relucir sus orígenes en "el campesinado" y en "el pueblo llano" en general. Siente un puntito de desprecio (recíproco, dicho sea de paso) por los nacionalismos vasco y catalán, a los considera un "producto de la burguesía decimonónica", porque además de la versión "de izquierda" (Bildu, ERC) existe otra "de derecha" (PNV, CiU), lo cual en cierto modo les resta credibilidad a los ojos de Sánchez Gordillo y compañía. El nacionalismo andaluz, por el contrario, es un movimiento encuadrado casi totalmente en posiciones de izquierda, algo parecido a lo que sucede en el caso gallego.

Durante algunos años, todos los días 28 de febrero fui obligado a memorizar poemas sobre olivas y golondrinas, a cantar un himno e incluso a interpretarlo (más bien perpetrarlo) en flauta dulce, a oír lo bueno y virtuoso que fue Blas Infante y a colorear una bandera que para mí ha sido siempre, con todos mis respetos, un adefesio superado solo por la primera equipación del Betis. Con frecuencia me preguntaba de dónde diablos habría salido aquella dichosa bandera, quién había elegido esos colores, más propios de los garabatos infantiles de las repúblicas africanas que de una región europea, qué hacía un dios griego en taparrabos ahí en medio y por qué le acompañaban dos leones, si en Andalucía como mucho tenemos linces ibéricos. No fue hasta el advenimiento de Internet para los más pequeños que pude obtener algunas respuestas. Sin perjuicio de dedicarle en otro momento unas líneas a Blas Infante (o "Ahmad"), al escudo de Hércules y a los leones, hoy me gustaría tratar los curiosos orígenes de la bandera de Andalucía. Una historia que puede resultar decepcionante para los defensores de la "realidad nacional histórica socio-agro-rural-cultural andaluza":

Corría el año 1641 y la España de Felipe IV sangraba por varias heridas: a la Guerra de los Treinta Años y a la rebelión de las Provincias Unidas en Flandes había que sumar la secesión de Portugal y las revueltas en Nápoles y Sicilia. En Andalucía vivían por aquel entonces dos nobles. Uno era Gaspar Alonso Pérez de Guzmán y Sandoval, IX Duque de Medina-Sidonia. El otro era Francisco Manuel Silvestre de Guzmán y Zúñiga, VI Marqués de Ayamonte. Ambos poseían tierras, en especial el Duque, quien era además señor de Niebla y de Sanlúcar de Barrameda, y de todo lo que hoy es el Coto de Doñana. Podría decirse que encajaba a la perfección en el concepto de "señorito" que se popularizó más adelante. De todos es sabido que en la condición humana está el más querer cuanto más se tiene, y un buen día, el marqués de Ayamonte sugirió a Medina-Sidonia que emulase a su cuñado el señor de Braganza, proclamado un año antes rey de Portugal, y aprovechase la delicada situación de España para convertirse a su vez en rey de Andalucía.

El Duque tenía el mando militar del sur de España, controlaba el puerto de llegada de la Flota de Indias y contaba con un ejército de varios miles de hombres. Todo parecía propicio para la sublevación cuando, aún no se sabe cómo, el Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV, logró interceptar algunos mensajes enviados al rey de Portugal por Medina-Sidonia. La conspiración se descubrió y el levantamiento nunca llegó a producirse. El Marqués de Ayamonte fue decapitado, y el Duque tuvo que entregar sus propiedades de Sanlúcar de Barrameda al Gobierno, además de un arrepentimiento público, firma de una carta contra su colaborador el rey de Portugal y un “donativo” de doscientos mil ducados al rey Felipe IV. Fue encarcelado en el Castillo de Coca (Segovia), aunque se le puso en libertad poco después, con la condición de no volver nunca más a Andalucía.

Pero volvamos a la bandera. El Duque había planeado meticulosamente la insurrección. Como el propio Blas Infante señala: "resultó que los sublevados se habían puesto en contacto con un caballero morisco, descendiente de Mohamed VIII de Granada, cuyo nombre árabe fue Tahir Al Horr -El Halcón- y habitaba en la sierra de Gador en Almería, el cual asumió la empresa de proclamarse REY DE ANDALUCÍA ORIENTAL, con la colaboración económica de los judíos andaluces, y en especial del emperador de Marruecos, quien puso a su disposición un ejército de musulmanes desterrados en Berbería". El Duque y el "Halcón" tenían preparado el que iba a ser su estandarte conjunto: unas franjas verticales verdes y blancas (los colores del Islam) similares a las que habían ondeado en 1195 sobre el alminar de la mezquita mayor de Sevilla, tras la victoria almohade en la batalla de Alarcos. Este estandarte que nunca tuvo oportunidad de liderar tropas en batalla fue posteriormente utilizado por algunos movimientos cantonalistas durante la I República. Blas Infante consideró estos colores los más representativos de Andalucía, por ser el verde el color de los Omeya, y el blanco, el del Imperio Almohade. Con base en esta decisión adoptada en la llamada "Asamblea de Ronda" de 1918, el actual Estatuto de Andalucía llama "la bandera tradicional" al que fuera el estandarte de un traidor. Huelga decir que cuando Blas Infante nombra a "los sublevados" no se refiere al Duque y al Marqués, por supuesto, sino "al pueblo" en general.

Después de leer esta historia, podemos hacer una breve síntesis: unos nobles con muchas tierras quieren conseguir aún más poder, y urden un complot. La idea es traicionar a la Corona a la que deben sus títulos nobiliarios. Para asegurarse la victoria, recaban la ayuda económica de los judíos y pactan con un musulmán que pone a su disposición un ejército invasor. A los mercenarios les promete como botín la parte oriental de Andalucía. La versión andaluza de Sabino Arana, siglos después, tergiversa la Historia, y hace que todo lo anterior parezca una frustrada insurrección popular, y la bandera de los conspiradores, la del "pueblo". No es de extrañar que Blas Infante se convirtiera al Islam en 1924 adoptando el nombre de "Ahmad", en lo que, conociendo a los de su jaez, posiblemente fuera un resobado y cursi juego de palabras. Un mesiánico mandamiento de amor, el primero y único del "Padre de la Patria" a todos sus hijos andaluces.

¿Esa bandera, esos colores, representan al "pueblo" y a la "Patria"? ¿A qué pueblo? ¿A los que eran vasallos del Duque o a los mercenarios que contrató? ¿A qué Patria? ¿A la que servía el Duque como gobernador militar? ¿A la parte de la "Patria" que se iba a quedar él? ¿a la que le correspondía al "Halcón"? ¿a las dos? Es el fenómeno que se produce aún en nuestros días: la tergiversación de la Historia para dar apariencia de "movimientos populares" o "flujos demográficos" a las conspiraciones por el poder territorial y financiero. Y casi siempre con los musulmanes por medio, invadidos e invasores, víctimas y verdugos.

Mis lectores me disculpen, pero esa no es mi bandera.



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